El sexismo en la cocina

domingo, mayo 13, 2012


Hoy os voy a contar algo que muchos imagináis pero pocas lo habéis sufrido en vuestras carnes. Os voy a hablar,  del sexismo en la hostelería.
Hace muchos años que decidí ser cocinera.  No se bien porque lo decidí,  pero salio así.  Mi primer trabajo era en un restaurante familiar. Ellos,  que eran todo familia y miraban mucho por su negocio,  se pasaban el día en el restaurante. Allí hacían su vida social y evidentemente familiar.  Mi turno eran de 10 de la mañana a 6 de la tarde y de 8 a 1 de la madrugada. Ahí me di cuenta de que la profesión que había elegido era dura y sacrificada. Y allí me encontré al primer machista.  Era un cocinero, el único a parte de mi que no formaba parte de la familia, borracho y ludópata. Se las daba de saber mucho y hacer buenos platos. Yo por entonces acababa de empezar las vacaciones de mi primer año de cocina, y tenía muchas recetas aun frescas en la cabeza. Un día, uno de los jefes llegó con una caja llena de lenguados. Estaban baratos y los había comprado todos para el menú del día.  Se me ocurrió decirle que podríamos hacer lenguado a la menier, lo mas simplón que hay en la cocina francesa,  pero que ellos ni habían oído hablar y les sonaba muy bien. El cocinero me miró desafiante y andaba vociferando que eso costaría mucho de hacer y que perderían mucho dinero con todos los ingredientes. Pero el jefe me preguntó: “¿Qué es lo que necesitas para hacerlo?” a lo que le respondí: “los lenguados, mantequilla, pimienta y zumo de limón”. El jefe fue corriendo a meter el nuevo plato en la hoja del menú, y el cocinero y yo nos quedamos solos en la cocina. Me miró y me dijo: “ No se te ocurra ir de listilla, mona, porque aquí el cocinero soy yo y tu eres quien me limpia la porquería. Llevo muchos años con ellos y se lo que les gusta, y se que le gusta a la gente que come aquí. No saldrá ninguna mainera o como se llame,  y entonces se darán cuenta de algo que ya les advertí, una mujer no puede estar en la cocina”. No salía de mi asombro, pero algo dentro de mi me hizo callarme (algo que muy pocas veces sucede, callarme ante una injusticia de tales proporciones). A las 13:00 empezaron a venir los primeros clientes. Primera mesa,  primer lenguado a la menier. Segunda mesa, segundo lenguado a la menier. Y así sucesivamente, uno detrás de otro, todo el pescado que salía eran lenguados. Yo no tenia ni tiempo de pensar, tenía la plancha llena de lenguados, y la salsa que había preparado se me había agotado en una hora, así que la hacía al momento, mientras el cocinero me miraba con los ojos inyectados en cólera. Creo que duré no mas de un mes en aquel sitio. Ese fue el primero, pero no el único. Me he cruzado con otros muchos a lo largo de mi carrera profesional. Y curioso, cada uno tiene su estilo.
Conocí a otro, de los grandes, en un restaurante en Rambla Catalunya. Era segundo chef,  y como el estaba de mañana y yo de tarde, apenas nos veíamos.  Pero al cabo de los meses el chef se fue y lo ascendieron a el. Empezó a hacer turnos partidos y estar conmigo en los servicios (así se le llama a las horas en las que el restaurante abre). Todo iba bien hasta que un día me hizo una insinuación de tipo sexual y de mal gusto. Entonces yo saqué mi hacha y le solté algo muy borde. Pero el tío se quedó tan fresco y no dijo nada mas. Y así empezó. Él soltando improperios y yo siendo borde. Pero era uno de esos a los que les mola que les den caña (que absurdo comportamiento de algunos hombres, me enferma). Hasta que un día estaba cogiendo harina en un almacén oscuro y lejos de la cocina, donde nunca había nadie, y por donde nunca pasaba nadie. Cuando me giré me lo encontré allí plantado, mirándome con esa mirada sucia, asquerosa y babosa … y me dijo: “Ahora te vas a enterar, hoy no te me escapas”. No se como, logré salir de allí y volví a trabajar pensando “voy a dejar todo listo para el servicio de esta noche y me piro”. No le dije a nadie lo que había pasado. Cuando fui a cenar, había un compañero de cocina cenando,  pero no le dije nada. Después el compañero se fue y llegó una camarera con la que no tenía mucho roce. Y se lo conté. Cuando el chef volvió a hacer su turno de tarde,  escuché cierta bronca en el vestuario. Me asomé de lejos y vi a la camarera discutiendo acaloradamente con el chef. Esperé a que se fueran,  me cambie y me fui a casa ante la atónita mirada de mis compañeros. Cuando dos días después fui a la oficia a recoger el finiquito, me encontré a la camarera que iba a cobrar su sueldo en negro. Me dio infinitas gracias. Ella y el chef llevaban un año saliendo juntos y ella sospechaba que era un cerdo al que le gustaban todas con las que trabajaba. Y yo se lo había contado sin saber absolutamente nada. Él lo llevaba en secreto para poder liarse así con cualquiera sin tener malos rollos en el trabajo.
Y luego me encontré otro caso mas. Es el caso del que es superior a ti en categoría, pero que no tiene ni idea de lo que hace, o se hace el loco. Cuando a la hora de sacar faena,  de tener un par de narices, de tener valor, ritmo, rapidez, cuando realmente tienes que demostrar lo que vales y hacerlo veloz, ves que el sujeto en cuestión se ablanda, se agobia, se queda en estado de shock y ahí estas tu, corriendo, corrigiéndole, sacando el trabajo y poniendo todo en su sitio (incluso pegando broncas a quien haga falta). Luego te miran mal, con desprecio, porque no cree que una mujer se deba comportar así. No cree que una mujer deba de tener tantas agallas, no cree que una mujer deba gritar y mucho menos corregirle. Pero no te puede decir nada, porque sabe que lo haces porque quieres que el trabajo salga rápido y bien, porque lo haces por el bien de los clientes. Pero no les mola, les da rabia. Ellos prefieren a esas mujeres (que por favor, no se que pintan en una cocina) modositas, con cara de niña buena, que se hacen daño con nada, que piden ayuda siempre para sacar un entrecot entero de la nevera, que piden ayuda siempre para levantar una olla con 20 litros de caldo, que se agobian y se hechan a llorar si les viene mucho trabajo, esas que se callan y dicen “si” a todo, esas que le preguntan absolutamente todo (no se si es porque no tienen ni idea o porque saben que ese concepto a ellos les mola), las inseguras, las pobrecitas.
Pues yo no soy de esas. No he llegado a donde estoy por ser una pusilánime. He aguantado años en muchos trabajos donde he visto irse a muchos hombres en mitad de un servicio porque no podían mas, he dado de comer igual e incluso mejor que muchos otros machotes, he levantado ollas mas grandes que yo, sacos de patatas, de cebollas y he despiezado cerdos enteros y atunes gigantescos, todo esto sacando luego platos delicados, con presentaciones minimalistas y de buen gusto.
Podría contaros mas tipos de machismo en la cocina, pero esto ya es muy largo y no quiero aburriros, ya contaré mas otro día. Sólo quería dejar constancia de que en las casas, nadie cocina mejor que nuestras madres, pero en la hostelería, las madres (que en realidad son las mejores cocineras) no son bien recibidas por parte de algunos individuos que siguen con la mente llena de telarañas.

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